Un profundo trabajo de documentación y análisis a cargo del profesor Julián Peña cuestiona la culpabilidad de Alfonso Basterra apoyado en toda una serie de datos pasados por alto que siembran algunas dudas razonables en torno al “caso Asunta”, las cuales vamos desgranando en este informe especial
JCFV / Especial para DIARIO DE SANTIAGO
“En estas circunstancias la imparcialidad va a ser imposible”, declaraba años atrás el abogado de Rosario Porto, rememorando aquellos convulsos días en los que Santiago se convirtió en el foco mediático por excelencia de todo nuestro país.
Las imágenes de los registros domiciliarios y reconstrucciones donde se congregaba una auténtica multitud de ciudadanos y medios de comunicación dan buena cuenta de ello y, por supuesto, esto también se puede aplicar al propio Alfonso Basterra.
Y sí, resulta más que comprensible el interés genuino de la ciudadanía ante un caso de estas características, no es que se la pueda culpar o reprochar nada en relación a esto. Sin embargo, el papel que jugaron los propios medios de comunicación en la cobertura y, sobre todo, la construcción de un relato contra los acusados, particularmente contra Alfonso, ya es otra historia…
«Las pruebas sólo implican a Rosario Porto, mientras al padre sólo le inculpa su conducta. Sin embargo, nadie duda en Santiago de que Rosario y Alfonso serán condenados por asesinato»
Ángel Galán, considerado como uno de los grandes investigadores criminales de nuestra historia moderna, (Comisario con cuarenta años de servicio, jefe superior de policía de Extremadura, jefe de la U.D.E.V, etc.) lo explicaba a la perfección en una entrevista del pasado 2014.
“La presión mediática cambia todo. (…) Los juicios paralelos son una consecuencia de la sociedad actual. Por una razón muy sencilla: porque la sociedad demanda esa información. Y los medios se la quieren dar como sea, de donde salga. No cabe la menor duda de que existen los juicios paralelos. (…) ¿Quién hoy en día no se llevaría las manos a la cabeza si a los padres de la niña Asunta Basterra no los condenaran? (…) ¿De verdad alguien se podría creer que podrían salir a la calle, sin más, después de todo lo que se ha dicho y se ha publicado?”, declaraba este.
Otro famosísimo periodista de sucesos de nuestro país como Nacho Abad también se pronunció en este sentido en un artículo para La Razón en ese mismo año: “Tras examinar el sumario a fondo, las pruebas sólo implican a Rosario Porto, mientras al padre sólo le inculpa su conducta (…) Sin embargo, nadie duda en Santiago de Compostela de que Rosario Porto y Alfonso Basterra serán condenados por asesinato a los veinte años que va a pedir el Ministerio Público para cada uno de ellos”, escribía este. Y su predicción no anduvo lejos, siendo finalmente la pena de 18 años para ambos.
¿Cómo pudo saberlo ya meses antes de la celebración del juicio o siquiera de la elección del jurado? Según apunta el profesor Peña, “le bastó con ver la intensa y machacona campaña de desprestigio contra los acusados en todos los medios y deducir los prejuicios de los juzgadores”.
CREANDO UN MONSTRUO
Desde el mismo inicio de la investigación, la prensa se volcó en cubrir el asesinato de Asunta con un nivel de detalle y sensacionalismo que transformó el caso en una suerte de telenovela nacional. Alfonso pasó rápidamente de ser un sospechoso más a convertirse en el blanco de un juicio paralelo mediático, donde se fue construyendo la imagen de un auténtico monstruo. Precisamente, una de las primeras piezas clave de esta construcción fue el hallazgo de material pornográfico en el ordenador personal del propio Basterra, un hilo del que comenzaron a estirar sin reparo, insinuando que esta presencia de pornografía en su ordenador era un indicio claro de sus inclinaciones sexuales perturbadoras y que estas podrían tener relación con su hija Asunta.
“En el estudio del anexo 02 perteneciente al contenido eliminado del ordenador, en las carpetas jpg y mp4 se han observado archivos de contenido pornográfico, llamando especialmente la atención los vídeos e imágenes pornográficas con mujeres de rasgos asiáticos”, recoge un informe de la Guardia Civil incluido en el libro de Cruz Morcillo acerca del caso (El crimen de Asunta).
Este oscuro retrato de Alfonso, tal y como destaca el profesor Peña, nunca fue sustentado de manera adecuada por las pruebas forenses o policiales, teniendo un impacto devastador sobre su imagen pública y, más crucialmente, sobre su juicio.
«La prensa se centró en resaltar el contenido asiático del material, insinuando que había una conexión perturbadora entre sus gustos sexuales y el origen de su hija, lo cual se convirtió en un punto central en la narrativa mediática»
“Si la Guardia Civil hubiera contabilizado los registros y hubiera detallado, por ejemplo: “hay cien vídeos y en noventa aparecen mujeres con rasgos orientales”, o “de mil fotografías, en ochocientas se ve a mujeres con rasgos orientales”; en tal caso, sí podríamos creer que Alfonso Basterra sentía fijación por las chicas asiáticas, como la de su propia hija adoptiva, pero los investigadores, que no ahorraban nada que fuera negativo para la reputación de Alfonso, no echaron esas cuentas pese a que les llamaba “especialmente la atención”, comenta Peña.
Tal y como añade este, no se puede considerar como algo tan extraño que un varón adulto y divorciado poseyese este tipo de contenido en su ordenador. Además, el análisis del dispositivo demostró que el acusado consultaba todo tipo de páginas eróticas y de contenido sexual, no exclusivamente relacionado con mujeres asiáticas y, sobre todo, nunca se encontró ni una sola imagen de una menor. Todo esto fue relegado a un segundo plano, mientras que la prensa se centró en resaltar el contenido asiático del material, insinuando que había una conexión perturbadora entre sus gustos sexuales y el origen de su hija, lo cual se convirtió en un punto central en la narrativa mediática, que encontró en este elemento tan morboso un auténtico filón.
Esta narrativa se reforzó con insinuaciones sobre las actividades de Basterra en redes sociales. Se mencionó que en su cuenta de Facebook tenía «numerosas» mujeres jóvenes de origen asiático entre sus contactos, aunque nunca se especificó cuántas de esas mujeres eran realmente jóvenes. Estos detalles fueron tratados de manera vaga pero alarmista, lo que ayudó aún más a construir una imagen de Basterra como un hombre con inclinaciones inapropiadas y peligrosas.
“De la difamación se encargaban las teles, la instrucción sólo sacaba los temas. Aunque todo esto nada tenía que ver con el crimen, ya que en el asesinato no hubo móvil sexual, la imagen pública del padre se arrastró por el fango”, argumenta el profesor Peña.
LAS FOTOS FAMILIARES
Por si esto no fuese suficiente, el descubrimiento de una serie de fotos de Asunta que se encontraban en un móvil que había sido utilizado anteriormente por su madre, Rosario Porto, no hicieron sino alimentar más aún el ruido y el discurso mediático.
Las fotografías en cuestión mostraban a Asunta en poses que, fuera de contexto, podían resultar desconcertantes. Algunas de las imágenes mostraban a la niña maquillada en exceso y vestida con ropa provocativa, mientras otras la presentaban tumbada en una postura que los medios no tardaron en describir como “inapropiada”. Sin embargo, el contexto original de las fotos era mucho más inocente: habían sido tomadas durante una actuación de ballet de fin de curso, en la que todas las niñas llevaban el mismo tipo de vestimenta y maquillaje como parte del espectáculo.
Otra de las imágenes que generó más especulación mostraba a Asunta tumbada en una butaca con las piernas abiertas, una postura que, para los investigadores, carecía de cualquier significado perverso, pero que fue manipulada por los medios. Estas fotos, que fueron encontradas en un móvil que había sido de Rosario Porto, no tenían ninguna relación directa con el caso del asesinato ni mostraban a la niña en situaciones de abuso o maltrato. Sin embargo, la prensa las utilizó (nuevamente) para añadir más leña al fuego de la narrativa que perfilaba a Alfonso Basterra como un hombre perverso y depravado, llegando a insinuar que había una conexión perturbadora entre sus gustos sexuales y el origen de su hija.
«Alfonso Basterra quedó ante el país, y ante los futuros miembros del jurado, como un pederasta incestuoso»
Aunque no había ninguna prueba que relacionara estas fotos con un posible abuso sexual o con alguna conducta delictiva, los medios comenzaron a alimentar la sospecha de que había algo más oscuro detrás de ellas. Se insinuó incluso que las fotos podrían ser la prueba de que Basterra, o incluso Porto, tenía una relación inapropiada con su hija, o que formaban parte de un patrón de conducta sexualizada hacia la niña. Estas insinuaciones, aunque carecían de fundamento, contribuyeron a enrarecer aún más el clima mediático en torno a Basterra, quien ya estaba siendo retratado como un hombre con tendencias pedófilas debido a la pornografía hallada en su ordenador (si bien, conviene insistir, nunca se encontró material de este tipo), mientras que ahora ya se insinuaba incluso que este abusaba de su hija.
“Alfonso Basterra quedó ante el país, y ante los futuros miembros del jurado, como un pederasta incestuoso. Irrelevante, ya que en principio no hubo ninguna agresión sexual. El sexo no tuvo nada que ver, que se sepa. El móvil de la perversión sexual secreta sólo es un comodín muy útil para subsanar la falta de motivos, y las fotografías sacadas de contexto, probablemente tomadas por la madre, ni siquiera las pudo ‘disfrutar’ el padre, porque estaban en el antiguo teléfono de ella, algo que no se entiende si él fuera el pervertido”, argumenta el profesor Peña, quien destaca también que el fiscal, “que conoce bien su trabajo”, exhibió la más llamativa durante un buen rato del juicio con una excusa banal.
“Los investigadores disponían de esas fotos meses antes del descubrimiento del ordenador. No es aventurado suponer que se eligió el momento oportuno para soltar todas esas primicias”, reflexiona Peña y, si bien el jurado no mencionó las imágenes en su veredicto, “el daño ya estaba hecho”.
“Si lanzas una sospecha de pedofilia, es imposible quitar la mancha”, sentencia el profesor.
LA PRESENCIA DE ADN
No iba a quedar ahí la cosa, ya que todavía quedaban más elementos dentro del macabro cóctel para continuar retratando a ese monstruo que aparentemente era Alfonso Basterra.
En el apartado de ‘motivaciones’ el juez instructor escribió: “Alfonso no ha explicado todavía cómo, si en su vivienda Asunta no tenía más que un cepillo de dientes y unas zapatillas, se encontraban sobre la mesilla, y no colgados del armario, los trajes de ballet de la pequeña. Por qué su ADN estaba en la braga de la menor”.
“Hay que tener cuajo para escribir eso”, dice el profesor Peña. “Alfonso, que llevaba a la niña a todas sus actividades extraescolares, tenía en su casa la ropa de ballet de ésta, no colgada en el armario sino tendida en cualquier sitio porque muchos varones que viven sin compañía femenina no se distinguen por su amor al orden”, añade.
Si bien es cierto que el ADN de Alfonso Basterra fue encontrado en las bragas de Asunta, este hallazgo fue rápidamente interpretado de manera alarmista. A pesar de que el análisis forense dejó claro que no se trataba de semen ni de ningún fluido corporal relacionado con una agresión sexual, combinar las palabras «ADN» y «bragas» juntas en una misma frase tenían un evidente peso significativo y, para el público general, evocaban imágenes de abuso o agresión.
«Ningún jurado de nueve personas elegidas al azar entre la población de nuestro país puede ser imparcial tras dos años de titulares condenatorios»
“Cualquier juez de instrucción sabe que vamos por la vida dejando rastros de ADN”, explica Peña, quien destaca que este podía ser el resultado de contacto casual, algo que sucede comúnmente cuando las personas conviven y están en contacto constante, especialmente en una relación familiar.
“Sudor palmar, salivilla o restos de un estornudo; y pudo haber llegado a esa prenda de mil modos casuales. El ADN se puede transferir, por ejemplo, durante la colada, basta mezclar ropa en el cesto. Podría tratarse de una trasferencia secundaria, es decir, la mano de Rosario o de la misma Asunta recibe el ADN accidentalmente al tocar a Alfonso y luego esa mano va a la ropa interior. Alfonso se toca la nariz, la cara, o habla mientras pasa a Asunta la ropa que debe ponerse”, explica Peña, quien, con todo, reitera que para aquel entonces el destino de Alfonso estaba ya más que sentenciado (valga la redundancia).
“Alfonso Basterra fue juzgado tras un aluvión de noticias morbosas e inexactas durante dos años. Era imposible conseguir un jurado imparcial, que es garantía y requisito indispensable de un juicio justo. Nadie puede negar la cantidad de artículos y programas en los medios de comunicación más difundidos del país, donde Alfonso apareció como asesino y pederasta durante dos años antes de que el juicio se celebrara. Ningún jurado de nueve personas elegidas al azar entre la población de nuestro país puede ser imparcial tras dos años de titulares condenatorios”, asevera Peña, quien cierra con una más que pertinente reflexión .
«A fin de cuentas, en los crímenes mediáticos, cuando una persona es detenida, la prensa goza de carta blanca para acusarla de casi cualquier cosa que se le ocurra: la más burda mentira carece de consecuencias»:
(Continuará mañana…)
INFORME BASTERRA
Capítulo I – ¿Y si Alfonso Basterra, padre de Asunta, no fue tan culpable como dice la sentencia?
Capítulo II – Las 37 cámaras que nunca vieron a Alfonso y los hechos no probados
Capítulo III – ¿Una testigo «totalmente creíble»?